Rayos de ira (Hermano Pablo)





RAYOS DE IRA

por el Hermano Pablo

Oscuros y gruesos nubarrones oscurecieron el cielo en esa tarde veraniega. La tormenta se descargó, como es habitual en esa región del Transvaal, famosa por la alta frecuencia de sus rayos, una de las mayores del mundo.

Sakie Moeletsi, un desaprensivo escolar, iba corriendo, sintiendo la alegría de la tormenta. De pronto un rayo se descargó del cielo y fulminó al muchacho. Vientos, lluvia y más rayos siguieron cayendo. Sakie quedó tendido en el suelo para no levantarse más.

Este suceso descargó otros rayos de ira. Ese mismo día, mientras la tormenta eléctrica se alejaba, los supersticiosos pobladores del norte del Transvaal, que creían que los brujos campesinos son los que «venden» los rayos para perjudicar a las personas, quemaron en una pira a tres mujeres, acusadas de brujería.

«Tenemos que erradicar esta superstición —dijo Butiki Rankapole, sargento de policía— para que el pueblo no siga quemando a personas inocentes.»

Aquí tenemos un resabio moderno de lo que podemos llamar creencias muy antiguas de la humanidad, tales como la creencia de que los rayos, simples descargas eléctricas de nubes tormentosas, son manifestaciones de la ira de Dios.

Los griegos del tiempo clásico pintaban a Jove, o Júpiter, con rayos en cada mano. Desde el cielo aquel dios arrojaba esos rayos con infalible puntería, y así castigaba los pecados de los mortales.

De ahí nació la idea, popular en ciertos sectores de la cristiandad, de que Dios es un Dios iracundo, de mal genio, siempre dispuesto a castigar el menor desvío de los hombres. Y así se ha representado a Dios, ceñudo como un dios tronante del paganismo griego, o terrorífico como un demonio africano.

¡No hay nada más lejos del Dios de amor que nos revela la Biblia! La Biblia nos dice que Dios el Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo para que se hiciera hombre y encarnara el amor, la justicia y la bondad, y así tuviera una comprensión infinita de las flaquezas y debilidades y errores de los seres humanos.

Pero si bien es cierto que Cristo no anda con rayos de ira en la mano, también es cierto que tiene leyes espirituales y demandas morales que se deben cumplir y obedecer. Cristo es nuestro Salvador, pero también es nuestro Juez. Comprender esto es comprender una gran verdad.

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