Comunicación sin Palabras (Hermano Pablo)





COMUNICACIÓN SIN PALABRAS


por el Hermano Pablo

Tenía una conducta extraña. A veces, caminando por la vereda, se arrodillaba y besaba el suelo. Otras veces, dondequiera que estuviera, aun en la iglesia, se ponía de pie, daba tres vueltas sobre sí mismo, y se volvía a sentar.

Page Watson, de Virginia, Estados Unidos, nació con daño cerebral. No podía hablar ni oír. Tenía vista sólo en un ojo. No podía jugar, ni leer, ni usar el teléfono ni los autobuses. Pero tenía algo especial: una intuición increíble.

En una ocasión él y sus hermanos fueron a ver a la abuela enferma. Nadie sabía qué decir. Sólo la miraban, tomándola de vez en cuando de la mano y tratando de balbucear algunas palabras de consuelo. Pero Page, con esa intuición maravillosa, vio algo en la abuela que ninguno de los otros pudo ver. Se abrazó fervorosamente a ella, la llenó de besos y bañó de lágrimas su rostro. Luego se levantó y salió, en silencio, del cuarto. Esa misma tarde la anciana murió.

Los enfermos del cerebro, o los que padecen de mongolismo o cualquier otra deficiencia nerviosa o mental, no son seres sin conocimientos y sin sentimientos. Pueden tener el cerebro afectado al extremo de no poder controlar, a voluntad, el movimiento de su cuerpo, y sin embargo tener la mente alerta y el alma y los sentimientos muy vivos.

Este joven, mentalmente retardado, fue un ejemplo. Uno de sus hermanos era banquero; otro, comerciante; otro, abogado, y otro, periodista. Pero ninguno supo decirle nada a la abuela, ni comprender lo que ella estaba sintiendo. Sólo Page, aquel joven llamado «demente», lo vio todo con claridad.

Tal vez tengamos un miembro de nuestra familia que haya sido calificado de retardado. Sea padre, madre, hermano o hermana, sólo Dios sabe el tesoro que tenemos en nuestro hogar. Detrás de un cerebro lisiado puede vivir un corazón puro y un alma llena de sabiduría intuitiva. Tratemos con mucho cariño al que «parece» ser anormal. Él, más que los otros, necesita ese amor especial.

Por otra parte, recordemos que esta vida no es más que un puente entre dos eternidades. Todos vamos rumbo a la eternidad. El tiempo de esta vida no es más que un brevísimo momento entre el pasado y el futuro.

La perfecta y eterna redención lograda por Jesucristo en la cruz del Calvario nos abre la puerta a la eternidad venidera, y allí todas las deficiencias humanas terminarán. Hagamos de Jesucristo el Señor y Salvador de nuestra vida. Es así como puede ser nuestra la gloria eterna. ¡Que Cristo sea nuestro Salvador para siempre jamás!

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