TRES INFIERNOS
por el Hermano Pablo
Para ella la vida era un infierno, un infierno triple. Había nacido en el Amazonas, el llamado «infierno verde». Las riberas del río Xingú habían sido su cuna. Su hogar, un pobre hogar indígena lleno de hermanos, había sido otro infierno. Finalmente María, de apenas catorce años de edad, fue a parar al prostíbulo en el pueblo de Paraíso, Matto Grosso. Este, después de los otros, le fue un infierno inevitable.
«Voy a quemar este infierno que es mi vida», determinó la joven. Y bebió un vaso de kerosene. El resto se lo echó encima y se prendió fuego. A duras penas le salvaron la vida, pero sufrió quemaduras horribles en todo el cuerpo.
Esta es una historia más de la selva amazónica. Es también una historia de la triste vida que les toca llevar a tantas indígenas. Pobres, incultas, abandonadas, sin derecho político ni abogados que las defiendan, María y otras tantas jóvenes de la tribu van a parar al prostíbulo como único medio de vida.
María tuvo suerte —comenta el doctor Paul B. Long, testigo de todo esto—, pues fue salvada, salvada dos veces, primero de las horribles quemaduras, y después de esa vida desesperante. María es hoy una feliz y fiel creyente en Cristo.
La vida está llena de infiernos. Para María había el infierno verde del Amazonas. Pero también hay el infierno blanco de la cocaína, el infierno ámbar del licor, el infierno ceniciento del cigarrillo de marihuana, y el infierno amarillento del virus del SIDA.
Puede leerlo completamente, verlo de nuevo en video como si fuera por TV, escucharlo como si fuera por radio, incluso imprimir este mensaje y muchísimos otros más desde marzo del 2004 hasta hoy, en: www.conciencia.net
por el Hermano Pablo
Para ella la vida era un infierno, un infierno triple. Había nacido en el Amazonas, el llamado «infierno verde». Las riberas del río Xingú habían sido su cuna. Su hogar, un pobre hogar indígena lleno de hermanos, había sido otro infierno. Finalmente María, de apenas catorce años de edad, fue a parar al prostíbulo en el pueblo de Paraíso, Matto Grosso. Este, después de los otros, le fue un infierno inevitable.
«Voy a quemar este infierno que es mi vida», determinó la joven. Y bebió un vaso de kerosene. El resto se lo echó encima y se prendió fuego. A duras penas le salvaron la vida, pero sufrió quemaduras horribles en todo el cuerpo.
Esta es una historia más de la selva amazónica. Es también una historia de la triste vida que les toca llevar a tantas indígenas. Pobres, incultas, abandonadas, sin derecho político ni abogados que las defiendan, María y otras tantas jóvenes de la tribu van a parar al prostíbulo como único medio de vida.
María tuvo suerte —comenta el doctor Paul B. Long, testigo de todo esto—, pues fue salvada, salvada dos veces, primero de las horribles quemaduras, y después de esa vida desesperante. María es hoy una feliz y fiel creyente en Cristo.
La vida está llena de infiernos. Para María había el infierno verde del Amazonas. Pero también hay el infierno blanco de la cocaína, el infierno ámbar del licor, el infierno ceniciento del cigarrillo de marihuana, y el infierno amarillento del virus del SIDA.
Puede leerlo completamente, verlo de nuevo en video como si fuera por TV, escucharlo como si fuera por radio, incluso imprimir este mensaje y muchísimos otros más desde marzo del 2004 hasta hoy, en: www.conciencia.net
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