Un joven normal. Buen Hijo. Buen estudiante. Buen esposo. Hasta que lentamente - sin el darse cuenta la droga lo consumió. Comenzó con un pequeño obsequio de un amigo. Después, pensó que lo podría manejar. Al fin, se moría sin droga. Ernesto luchaba por dejarlo, pero su necesidad era más fuerte que su voluntad. Desde su interior se alientaba. Cada día una nueva intención. Cada día una nueva caida. La droga, enviciándolo, lo había atrapado, rompiendo su vida en mil pedazos.
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