El Limpiabotas de la Frontera (Carlos Rey)





«EL LIMPIABOTAS DE LA FRONTERA»


por Carlos Rey

La siguiente crónica del escritor cubano Luis Bernal Lumpuy es la primera del diario de su viaje por tierra desde Costa Rica hasta los Estados Unidos en marzo del 2007:

«Hace tres años, en la frontera de Nicaragua y Honduras, al bajar del autobús, me encontré con un niño nicaragüense de once años, delgadito y mal vestido, que insistía en limpiarme los zapatos.

»Es triste ver a esos niños trabajando para buscarse la vida; pero uno no puede hacer nada para remediar la situación. Sólo puede desear que Dios cambie su manera de vivir.

»Los zapatos amarillos que yo llevaba puestos eran los que estuve usando para montar en bicicleta en Costa Rica. Estaban ya muy feos, así que pensaba tirarlos a la basura cuando llegara a Guatemala.

»Pero Jonatán, el niño limpiabotas, fue insistente y perseverante, y me convenció de que lo dejara limpiarme los zapatos. Entonces lo puse a competir con otro amiguito suyo, también limpiabotas, y le di un dólar a cada uno para ver quién hacia un mejor trabajo.

»Los zapatos amarillos cobraron nueva vida. Quedaron como nuevos. Seguí con ellos hasta Miami, y estuve usándolos hasta que me fui a España aquel año.

»Al volver hoy a la frontera entre Nicaragua y Honduras, un adolescente limpiabotas quería limpiarme los zapatos. Lo reconocí. Era Jonatán, ahora de catorce años, bien vestido, al parecer mejor alimentado, casi tan alto como yo y bien parecido.

»Él no se acordaba de mí. Cada día son muchos los extranjeros que pasan esa frontera.

»Como no había tiempo para que me limpiara los zapatos, le hice un regalito, le conté el resto de la historia de los zapatos amarillos y le di un abrazo de despedida. Jonatán sonrió y me preguntó cuándo volvería por la frontera.

»Tal vez Jonatán no haya captado la moraleja de la historia de los zapatos amarillos. Era que su trabajo como limpiabotas había sido importante para mí. Él dejó mis zapatos como nuevos, y me resultaron útiles unos meses más.

»Ningún trabajo es inferior a otro. Si hacemos nuestras tareas con entusiasmo, reconociendo que nuestro trabajo es útil para los demás, creamos el ambiente propicio no sólo para que se robustezca nuestro amor propio sino también para que transformemos el mundo en que vivimos.

»Y así como el betún y el cepillo pueden hacer brillar unos zapatos viejos, también un abrazo o un golpecito en el hombro con palabras afectuosas y estimulantes pueden hacer sonreír a los menos afortunados que nosotros.» 1

Bernal Lumpuy tiene toda la razón. La moraleja de su relato, fruto de su propia reflexión, la apoyan los siguientes proverbios del sabio Salomón: «Es un pecado despreciar al prójimo; ¡dichoso el que se compadece de los pobres!» 2 «Panal de miel son las palabras amables: endulzan la vida y dan salud al cuerpo.» 3

Determinemos que de hoy en adelante nos esforzaremos más que nunca por reconocer los méritos del prójimo, cualquiera que sea su condición, y por endulzar la vida de los que, como Jonatán, aquel joven nicaragüense, son menos afortunados que nosotros.


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1 Luis Bernal Lumpuy, «El limpiabotas de la frontera», artículo inédito enviado al autor por correo electrónico a modo de archivo adjunto, 21 marzo 2007.
2 Pr 14:21
3 Pr 16:24

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