MORIR DE LETARGO
por el Hermano Pablo
El problema de Garayev era el sueño. Solía dormirse con sueño profundo, apacible, prolongado. Hubo veces en que durmió un mes y medio, sin parar. Algo en su cerebro no funcionaba bien. Y cuando en uno de esos raros ataques se quedaba bien dormido, el mundo se acababa para él.
Un día de un mes de julio, salió para la fábrica donde trabajaba en un suburbio de Moscú, como siempre solía hacerlo. Pero nunca regresó a la casa. En el mes de noviembre, cuatro meses después, lo encontraron dormido —pero dormido para siempre— en un sótano oscuro de la fábrica. Alexander Garayev había pasado de un sueño al otro, sin que nadie lo advirtiera.
«Letargo cataléptico» decía el informe del médico forense.
Si bien era poco común la enfermedad de este hombre, no era desconocida en los anales médicos. Se acostaba a dormir, como toda persona normal, y se despertaba a las siete u ocho horas de sueño, como toda persona normal. Pero a veces no funcionaba el mecanismo para despertarse, y Garayev seguía durmiendo, varios días y hasta semanas enteras, sin acordarse que debía despertar y levantarse para seguir la lucha diaria por la vida.
Así como Garayev, hay muchos en esta vida. Se están muriendo de letargo. Un día no despertarán más, al menos no en este mundo, y entonces se darán cuenta de que han perdido lo mejor de su existencia.
Pero en el caso de estas personas, el letargo es moral. Son personas que tienen dormida la conciencia, aletargada el alma. Viven en el pecado, haciendo el mal. Le hacen daño hasta a sus seres queridos. Y no despiertan. Les falla el mecanismo que les haría abrir los ojos del espíritu. Y siguen en la muerte espiritual.
La Biblia tiene un toque de clarín para esos dormilones de la conciencia: «Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo» (Efesios 5:14).
Este versículo está escrito para llamar la atención de todos los que viven en letargo moral, ciegos y sordos a sus responsabilidades como seres humanos, e indiferentes al llamado de Cristo y a la voz divina.
Morir físicamente en estas condiciones de letargo espiritual es perderse para siempre. Debemos sacudir ese sueño mortal de la conciencia y buscar a Cristo. Porque sólo Cristo salva, levantándonos de la muerte espiritual y ofreciéndonos vida eterna.
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